¡Formaqué...!


Es innegable que la función de la seguridad de la información, entendida como disciplina profesional con carta de naturaleza propia, viene asentándose en los últimos años. ¿La razón de su éxito?, una necesidad clara por parte de las empresas modernas y sensatas de atender adecuadamente sus necesidades de protección en lo relativo a uno de sus principales activos –cuando no el que más–: la información.
Recientes estadísticas parecen confirmar que la función de seguridad informática y la figura de su responsable se consolidan. En este año se estima que debe haber en todo el mundo alrededor de un millón y medio de personas en las empresas dedicadas a estos menesteres y que, con un crecimiento anual compuesto cercano al catorce por ciento, en 2008 esa cifra excederá ya los dos millones.

LUIS G. FERNÁNDEZ
Editor
lfernandez@codasic.com
Estos guarismos son, sin duda, halagüeños; ahora bien, conviene precisar que algunos comportamientos recientes parecen evidenciar que no todo son parabienes respecto del rumbo escogido por quienes en un futuro próximo deban engrosar, evolucionar y consolidar este colectivo.
Viene esto a colación por una desalentadora experiencia sucedida a un servidor el pasado diciembre. Tuvo lugar en el transcurso de una de las jornadas convocadas como colofón a un curso de formación de posgrado de cerca de seiscientas horas centrado en la seguridad de la información.
Al efecto, uno de los expertos miembros de la organización del citado ‘master’ tuvo el acierto de invitar a esa jornada a dos contrastados profesionales para que ilustraran a la audiencia con temas constituyentes del más adecuado corolario a doce meses de aprendizaje de dichos educandos en materia de seguridad de la información: la función y su ubicación organigrámica hoy en las empresas.Como cabía esperar, las conferencias rayaron a gran altura pero llegada la hora del coloquio surgió la decepción: los alumnos formularon cuestiones radicalmente ajenas a los temas tratados, solo versaron sobre aspectos tecnológicos irrelevantes y pareció que las charlas habidas no iban con ellos. Por supuesto, el desconcierto de los ponentes fue patente, pues dio la impresión de que el caudal de sus experiencias había caído en saco roto.
La verdad es que el desenlace hizo meditar al arriba firmante, porque hay un efecto perverso en este asunto. Lo vengo constatando desde hace tiempo en una gran mayoría de aspirantes a ganarse las lentejas en estos cometidos: una vigorexia tecnológica considerable y una acusadísma refracción por todo lo que huela a organización y gestión. Sin duda, este no es el camino.
Quiero decir que si a las nuevas promociones no se les prepara para realidades más complejas y ambiciosas, y se les despoja de su herramientitis crónica, que comprendan que más allá de la atinada configuración de un IPS hay un rumbo por tomar sintonizado con el negocio de quien les paga, me temo que la profesión se quedará capada ad eternum en un discreto segundo plano. Aunque ese colectivo en cuatro años vaya a exceder de los dos millones.

Documento en PDF

<volver