¿A qué nos referimos con este florido párrafo? Pues a las llamadas redes sociales y a las tormentosas relaciones de sus gestores con la privacidad de las personas (muchos de sus usuarios son jovencísimos y ni siquiera sospechan en qué consiste ésta, que por añadidura es cambiante), su oportunista ruptura con los modelos de negocio y propiedad comúnmente admitidos, y su peculiar manera de ubicar su actividad en la faz de la Tierra: parece que no tienen prisa por atender a los avisos de las autoridades, ya que piensan que ellos sólo han de rendir cuenta ante sus “clientes”. (Las empresas “clásicas”, muy reguladas, saben que hay que hacer las dos cosas: atender a las indicaciones de las autoridades de control y satisfacer las demandas de los usuarios; es fácil cuando coinciden ambas; o sea, cuando lo que piden las autoridades de control y los usuarios es lo mismo: básicamente, que se pongan medidas para cuidar los datos personales, los metadatos personales y los perfiles).
Los servicios y “autoservicios” de las redes sociales son, en su mayoría, interesantes. Y sus modelos y tiempos han puesto patas arriba el concepto tradicional de actividad y crecimiento en numerosísimos sectores empresariales y gubernamentales, cuyos estrategas estaban en Babia. Y no deberían seguir así, porque se detectan dos frentes a los que la gestión de riesgos tiene que atender; a saber: por una parte, el uso en las empresas de las redes sociales; y por otra, el uso de las redes sociales por las personas que además sean directivos, empleados, proveedores y clientes (si seguimos como hasta ahora, en una década, prácticamente todos). ¿Se atrevería usted, lector, a afirmar ante el órgano de gobierno ejecutivo de su entidad que en dichos frentes no hay riesgos de negocio derivados –entre otros– de los de seguridad de la información? |